medias de mujer
Imágen simbolica de la prostitución

La naturaleza del ser humano siempre ha sido objeto de estudio desde las más diversas teorías antropológicas; y este ha sido constituido en cuerpo y mente como una unidad integral con entidad propia. ¿Cuando se es digno y se deja de serlo? Esta pregunta es un enorme océano de respuestas, pero esta vez solo mostraremos una de las verdades.

Primero es necesario avocarse a entender a que nos referimos cuando hablamos de dignidad. Es cierto, que es un concepto con una simbología semántica nada simple y vulnerable a sufrir múltiples interpretaciones.  Sin embargo, sin indagar muy profundo es posible formular una idea general de su significado.

La dignidad es aquello que le da al hombre, como ser, todo su valor, pero no un valor material, sino un valor de tipo abstracto, incuantificable, propio e inherente a su sola existencia como tal en el mundo.

El carácter digno del hombre obliga indefectiblemente a tener que ser reconocido con merecido respeto por sus pares y por sí mismo. Pero este respeto que parece intrínseco e ineludible, algunas personas creen que puede perderse y junto a él también la dignidad.

En dicho caso, la persona que ya no es merecedora de respeto se volvería indigna y por ende su valor como ser sería devaluado por debajo del que poseen el resto de las personas. Esto último no necesariamente acompañado por una pérdida de derechos, pero si de legitimidad. ¿Esto es posible?

Se dice por ejemplo que una mujer que regala o vende servicios sexuales ha perdido la dignidad; pero no se dice que ella puede exigir respeto en cuanto decida proponerlo e indefectiblemente continuará siendo humana. Esta última condición le garantiza un valor que no podrá ser quitado ni con la más penosa acción.

Por ello, cuando usted escuche la expresión "perder la dignidad", sepa que no existe el ser indigno, salvo aquel que vive como tal y a sabiendas de su condición no hace nada para cambiarlo.  

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