Era un día de verano, los arboles flameaban al compás del viento cálido del ambiente. El silencio sabio del sendero que conducía a mi casa me mostraba la belleza de aquella obra de arte; esa naturaleza que tanto respeto. En ese camino una tibia fragancia a flores me inundó el alma de alegría, suspire fuerte y dije:
- este es mi lugar
Al ver hacia el frente, pude dilucidar una casilla de madera, ese era mi hogar.
Entré con firmeza y entusiasmo. La templanza y la armonía del lugar me conducían a lugares inimaginables. Mis hijos corrieron hacia a mi y me abrazaron, pronto llego mi esposa, a la que tanto quiero. Todos nos unimos el uno al otro formando un cordón con los brazos; en ese momento pude sentir el amor latente, la felicidad indescriptible de mi familia. Entonces mire en dirección al cielo y dije:
-gracias.
Pronto vi como mi casa de madera deteriorada por el tiempo y la intemperie, se desplomaba ante nosotros, parte de la construcción quedo en pie, pero el resto desgastado y requebrajado quedo destruido.
Recordé, que aquella casa que había construido hace 8 años atrás ahora ya no existía y que se necesitaría de mucho trabajo para volverla a reconstruir. Mire a mi familia muy fijamente y luego sonreí.
Nada ni nadie podrá sacarme la felicidad de mi familia, aquella que muchos no tienen y que intentan cubrir con razones materiales, aquella que resiste a la la adversidad y a la enfermedad. Yo soy afortunado, humilde, pobre, inculto, obstinado, trabajador, luchador de la vida, feliz y muy inteligente por construir para mi el mejor tesoro, aquel que ni la muerte nos podrá robar; el calor de una familia unida.
Donde reina el amor, no manda el dinero. Donde hay familia unida no hay tristeza. Donde hay libertad hay esperanza, y donde hay fe todo puede llegar hacia nosotros.
Pero por sobre todo si tenemos voluntad y perseverancia, solo si utilizamos nuestros mejores valores y sentimientos llegaremos a la verdadera felicidad.
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